CINE DE BARRIO: Numax presenta (1979)

Cine de barrio es un espacio colectivo de discusión sobre cine y política que quiere llamar la atención, principalmente, sobre la historia más reciente de España: desde los últimos años del franquismo al proceso de cambio de chaqueta y maquillaje institucional que se ha dado en llamar «transición española» (un modelo mundial de proceso de «cambio»!!!). Durante esa época se desmantelaron uno de los movimientos obreros más sólidos de Europa, un interesante tejido barrial y una clara conciencia política, a la vez que fueron calando determinados discursos de unidad, de cambio y de progreso que no eran más que señuelos para conducir a un paradigma político preprogramado que desactivara cualquier posibilidad de oposición y que no operara ningún cambio real en las relaciones de clase.   No hace falta citar nombres concretos, siglas de partidos o de centrales sindicales que, en nombre del bienestar y la modernización, nos han conducido a la situación de desarme colectivo de la que estamos luchando por salir.

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Este domingo 21 de octubre partir de las 19h, comienza este ciclo con la proyección del documental «Numax presenta» (1979) de Joaquín Jordá. Se puede ver completa aquí.

En 1979, Joaquín Jordá filmó un documental sobre la experiencia de autogestión que llevaron a cabo los trabajadores de la fábrica de electrodomésticos Numax, como respuesta al intento de cierre irregular por parte de los propietarios. El documental se llevó a cabo por voluntad de la misma Asamblea de Trabajadores de Numax que, ya casi al final de su existencia, decidió invertir las últimas 600.000 pesetas de la caja de resistencia en registrar el proceso que entre todos habían protagonizado. Ahora [este texto es del 2005], Joaquim Jordá ha rodado Veinte años después, un documental que pretende reconstruir la historia de los últimos veinticinco años de España a partir del recorrido vital de las personas que protagonizaron la experiencia autogestionaria de la fábrica Numax.

En 1979, la cámara de Joaquim Jordà recogió la experiencia del grupo de trabajadores que colectivizó y autogestionó la fábrica Numax en Barcelona. Veinticinco años después, la misma cámara asiste a su reencuentro. Entre sus años de lucha colectiva y la dispersión de sus vidas actuales median los deseos «de una gente que luchó por dejar de ser clase obrera sin renunciar a la experiencia vivida en la fábrica». Jordà los captó entonces, cuando hartos de competir y de autoexplotarse, los trabajadores de la fábrica autogestionada decidieron traspasarla: no volver a trabajar para otro, realizar un trabajo con sentido, irse al campo, seguir luchando… ¿Qué se hizo de aquellos anhelos? ¿Qué ocurrió con esas vidas que en el espacio de la fábrica se habían politizado? Jordà sintetiza: «Quizá no hicieron todo lo que querían, pero no hicieron nada que no quisieran hacer». Veinte años no es nada, la película que Jordà ha estrenado en noviembre de 2005, es un homenaje a la dignidad anónima de la clase obrera que fue derrotada.

Perdieron, pero no fracasaron. «No me interesaba contar la historia de un fracaso. Me interesaba explicar que dentro de la mediocridad y del horror que han sido los últimos veinticinco años, ellos habían sabido mantener una cosa: la idea de que no podían caer en determinadas bajezas, no podían ser engañados, que eran responsables de mantener una historia que habían vivido. Una historia ejemplar». Como no se cansan de repetir en Veinte años no es nada, Numax fue para ese grupo de trabajadores su universidad. Conversando con Joaquim Jordà en su piso de Barcelona una tarde de diciembre, acercándonos con él a la experiencia colectiva de estas dos películas, descubrimos que Numax es también una universidad para nosotros. Por un lado, porque nos muestra un proceso de politización radicalmente autónomo que no se explica por el peso de la ideología sino por la capacidad de invención y de creación que tienen unas vidas puestas en común. Por otro lado, porque nos sitúa en una historia que es la nuestra: la historia acallada de la transición española, como una historia de desencanto y de traición. «Viví el mundo obrero en su capacidad de organización y de revuelta», afirma Jordà recordando la experiencia de Numax presenta.

«Para el movimiento obrero clásico, Numax presenta era una película perdedora. Lo que para mí era una victoria, para ellos era una derrota». Esta victoria, como confirma la segunda película, es la de un aprendizaje de vida al que no se puede renunciar. «En Numax, la idea fundamental era la de grupo. Lo que aprendieron fue a mantener la cohesión a través de la asamblea. A partir de esta experiencia de grupo, cada uno se enriqueció personalmente. Paradójicamente, aprendieron a ser un individuo. Lejos de lo que se dice de que la lucha obrera masifica y despersonaliza, en Numax se da otra experiencia. Unos tenían ya una biografía, otros no. Pero todos viven un proceso personal a través de lo colectivo. Cada uno sale de Numax con su propio título». Su proceso político es un proceso de dignificación junto al otro, en una lucha común. Lejos de las lógicas clásicas de la adhesión al movimiento obrero, sus consignas y sus directrices, en Numax se descubre la violencia del trabajo asalariado a través de la propia vida, cuando ésta se reconoce en un problema común. Por eso, la crítica de los trabajadores de Numax no puede detenerse en una crítica externa al capitalismo.

Se formula necesariamente como una crítica al trabajo y a su régimen de dominación sobre la vida. «El concepto de segunda explotación fue para mí un descubrimiento. Que otro me dé con el látigo, pase, pero que sea yo mismo, no. Esto es lo que les hace salir de ahí. Además, se descubren haciendo un trabajo que ni les interesa ni les importa. ¿Qué tiene que ver con ellos un ventilador o un coce-huevos? ¿Y cómo venderlos a otros trabajadores si los hay mejores y más baratos? Vendiendo electrodomésticos innecesarios, sienten que están engañando a sus propios compañeros. Es lo que van aprendiendo a lo largo de estos dos años de autogestión. Descubren que el trabajo no dignifica y que además están haciendo cosas absurdas». Sus vidas, arrancadas colectivamente de la sumisión y de las servidumbres de supervivencia, quieren más. Un plus de sentido político y personal, individual y colectivo. Es lo que se expresa en los deseos que cierran Numax presenta.

Promesas para unas vidas que han decidido poner fin, por sí mismas, a su conquista precaria, a su viaje de la autogestión a la autoexplotación… para ir más allá. Este espíritu colectivo, en el que la singularidad de cada uno se compone con la de los demás, había encontrado en la fábrica sus coordenadas. «La fábrica es tener cuatro paredes. Darse un espacio y un tiempo». Veinticinco años después la fábrica ha desaparecido y las vidas de los trabajadores de Numax, irreversiblemente marcadas, se deslizan por el espacio reticular del nuevo capitalismo. Su dispersión biográfica es una metáfora del aislamiento en el que se juega cada uno la vida en la sociedad-red. La desaparición de la fábrica, como espacio de lucha política, y la posterior personalización de nuestros recorridos laborales y vitales a través de la precariedad han borrado de nuestra geografía política los espacios donde hacer experiencia de lo común. «Hoy tenemos una suma de aventuras personales que se encuentran en un determinado momento para hacer algo. Es un cambio fundamental».

En Veinte años no es nada, los obreros de Numax se han convertido en taxistas, maestras, artesanos, monjas, abogados, cocineros, hippies de montaña, comerciales… Cada uno con su historia, cada uno con su batalla personal. Sin embargo, todos guardan el secreto que comparten y que les hace vivir con la cabeza alta: «un día luchamos». Entre todos ellos, una historia cautiva y monopoliza la mirada de Jordà: la de Juan y Pepi, la pareja que junto a otros compañeros se convirtieron, durante los primeros años de la transición, en atracadores. «Es la historia más consecuente. Es la historia que lleva a la práctica lo que todos los demás han pensado. Habían organizado un enfrentamiento colectivo con el capital que la transición les había hecho perder. Algunos la continuaron individualmente a través de lo que entonces llamaban expropiaciones y ahora atracos».

Estos atracadores sociales son los que llevan hasta el extremo y con toda literalidad la crítica al trabajo que habían hecho juntos en Numax. Hasta el punto de que Juan, gravemente enfermo, «tiene un sueño infantil: ser el héroe de la clase obrera, el que mata al ministro del gobierno que los ha traicionado». Como muestra Veinte años no es nada, Juan exige la presencia de Barrionuevo en su último atraco. Acabar con él y con lo que representa es el punto álgido y desesperado de unas vidas rotas que «han llegado a ver cosas que no pueden olvidar».

¿Hay marcha atrás? Ésta es una de las preguntas que silenciosamente nos acompañan viendo Veinte años no es nada. ¿Se puede volver a la normalidad cuando se han cambiado de raíz las reglas del juego? ¿Se puede soportar el peso de la mediocridad, de la competitividad, de la batalla en solitario por la supervivencia cuando se ha vivido la potencia de la creatividad y de la inteligencia colectiva? Juan Manzanares señala un camino, el del que sabe que solo puede seguir avanzando hasta caer abatido. Pepi y con ella el resto de compañeros muestran, con sus vidas heridas, que puede haber una dignidad en el anonimato. «No les pueden engañar», dice Jordà. No les pueden engañar porque ellos fueron parte protagonista de las luchas de la transición y de sus sueños traicionados.

Veinte años no es nada es, entre otras muchas cosas, una lectura de la transición, una mirada sobre la historia reciente de España que no necesita de análisis externos ni de voces en off. La elocuencia de Jordà se concentra en un puñado de vidas que hablan por sí mismas. No son su objeto de análisis, son un sujeto de enunciación que sabe que «solo escucha quien te quiere escuchar». Su testimonio rompe el cuento de la transición: ésta no fue el resultado de una reconciliación ni de un gesto realista. Los pactos que sellaron el cambio de régimen fueron una nueva puerta cerrada, otra capa de cal sobre el último intento de innovación social del movimiento obrero. El último intento, quizá. La última ola, la que del 68 al 77 sacudió las sociedades desarrolladas en busca de nuevos modos de organización social.

Frente al dirigismo comunista de otras luchas, la ola 68-77 tuvo un fuerte componente autónomo, del que Numax es un claro exponente. Jordà reivindica esa experiencia y vuelve a ella veinticinco años después a través de una crónica de vida y de la escenificación de un reencuentro. Reivindicarla es arrancarla de toda tentación nostálgica. «No sé qué nostalgia podría haber. Se mira al pasado como punto de partida del lugar en el que estamos hoy». Reivindicarla es conjurar, también, la trampa edulcorante de la ingenuidad: «Ellos no fueron ingenuos. Fueron muy listos y muy inteligentes. Lo que encontré rodando estas dos películas es la inteligencia colectiva obrera». Sin nostalgia y sin ingenuidad, la historia ejemplar de Numax y sus protagonistas se vuelve intempestiva. Desencaja las coordenadas de la historia, de ese pasado que ya fue, para lanzarnos insistentemente una pregunta: ¿cuándo y dónde se podrían dar hoy estos procesos de politización que transforman lo social transformando nuestra propia vida? ¿Cuándo y dónde podemos atacar colectivamente la miseria de nuestras vidas puestas a trabajar?

Si ellos pudieron… Sin embargo, muchas cosas han cambiado. «Hoy el trabajo es un bien deseado. Ha sido tan fuerte la reconversión de estos años, que la figura del obrero se ha convertido en una situación soñada. Seguramente llegará un momento en que esta figura ya no será deseada y entonces habrá una situación radicalmente nueva, un nuevo rechazo al trabajo, esta vez total. Pienso que tiene que producirse. Ojalá me la pudiera imaginar». Veinte años no es nada. No es nada cuando reaparece la pregunta por lo común en un barrio, en la publicación de un software, en la reapropiación de una tierra o en una casa okupada. No es nada cuando una historia ejemplar interpela nuestra normalidad y nos muestra que bajo las vidas anónimas de quienes nos llevan en taxi, nos enseñan las primeras letras o nos sirven un café, se esconde un pasado de lucha colectiva que es la razón de ser de su vida actual.

No es nada cuando una experiencia pasada nos dice de qué está hecho nuestro presente: qué materiales humanos – sueños, experiencias, deseos, luchas, amistades – estamos pisando en nuestro trato cotidiano con la bajeza y la estupidez de nuestro tiempo. Decía Jordà que a los trabajadores de Numax no se les puede engañar. No se les puede engañar porque Numax, su universidad, fue una escuela de dignidad. Al final de Veinte años no es nada, el hijo de uno de los protagonistas de la colectivización de Numax rompe a llorar. Es sordomudo. «Es el que no habla. Sólo puede expresar». Y en su llanto se expresa todo: la emoción por lo vivido, la tristeza de la derrota, «el orgullo de tener un padre y de que este padre tenga una historia». Ese llanto contiene la desazón de quien pensaba que estaba solo frente al mundo y descubre que no es así. Acercarse a Joaquim Jordà exige estar dispuesto a hacer este descubrimiento. Y a asumir sus consecuencias futuras.

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