I Festival de Teatro EKO
Dice Alfonso Zurro que hay un teatro que se eleva y se nos muestra como una de las bellas artes. Es el TEATRO con mayúsculas. Es el teatro que nos han dejado los grandes autores con esas obras maestras de la literatura y que son pilares incuestionables de nuestra cultura.
Pero también hay otro teatro. Es el teatro que está en las antípodas a ese que tomamos como modelo y referencia. Es un teatro malnacido, contrahecho, cutrón, catetillo y perdulario. Es el teatro popular.
Nos cuentan los libros que el renacer del teatro en Occidente hay que buscarlo bajo las faldas de curas y frailes que lo incubaron en iglesias y catedrales. De allí escapó como pudo, salió a los atrios y después trotó libre por plazas y palacios, hasta que se le encerró en recintos, algunos llamados Corrales de Comedias, con el único fin de sacar buenos reales con el invento ese del teatro y el disfrute de las gentes, pues el disfrute hay que pagarlo.
Pero bajo esta constelación de astros, y a trasmano de los vaivenes del teatro con mayúsculas nació un hijo bastardo que muchos siguen sin reconocer. Fue un teatro piratón que se dedicó a choricear y mal hilvanar retales de comedias y entremeses variopintos. Un teatro hecho por comicastros de dudoso nivel, pues, al parecer, eran más habilidosos en las artes de la picaresca. Fuera como fuera, estas compañías recorrían los pueblos de España y el público, ingenuo y sencillo, caía embobado ante aquellas maravillas.
Lo importante es que poco a poco las compañías fueron acoplándose a las exigencias o requerimientos de su público, el vulgo, y así empezó a desarrollarse el universo del llamado teatro popular.
Entonces, ¿qué queda del teatro popular? ¿Nada? ¿Algo? Si el teatro popular es el hecho para el pueblo y que se base en él, entonces debe centrar sus dramaturgias sobre bases culturales populares, y el gran problema es que esas culturas están desapareciendo a pasos agigantados.
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